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Cristiano Lucarelli, nacido en la ciudad Italiana de Livorno, cuyos colores siempre han sido el rojo, rojo pasión y sangre, y por supuesto, rojo como la camiseta del equipo de la ciudad, comandado, durante muchos años, por Cristiano Lucarelli. Ahora mismo militando en el Napoli, donde se pasea sin pena ni gloria, y, con la afición del Livorno un poco disgustada.
No tuvo una infancia fácil, hijo de un estibador portuario, sindicalista soñador y radical, solía abrir los ojos el pequeño Cristiano a las cuatro de la mañana cuando su padre se arremangaba como cada día, en busca de algún intrépido pez que engañara el estómago para toda una familia (madre, hermano, abuelos y tíos), todos juntos en una habitación de puertas abiertas, en un barrio marítimo de mala fama conocido como Shanghai.
El goleador de los humildes, artillero puro y duro, delantero nato, quizás no muy goleador, sobre todo en estos tiempos, pero, si algo ha definido al Italiano por encima de todas las cosas, es, que nunca ha escondido quien es, siempre se ha mostrado tal y como es, y eso, quizás le haya cerrado muchas puertas, y más en la selección.
Transcurría el año 1997. La selección Sub 21 de Italia se enfrentaba contra Moldavia y, entre forcejeos y patadas, Lucarelli marcó un golazo, se subió a un cartel de publicidad y expuso en vivo la camiseta que vestía debajo de la azzurra : un Che Guevara sonriente. No hizo falta nada más: la Federación de Italia pidió, con sutileza, que ese chico irreverente no fuese convocado nunca más. Y así fue, al menos hasta el año 2005 cuando Cristiano fue llamado de nuevo, marcó un gol, pero esta vez no creó ningún escándalo, tenía 29 años.
Un día, después de ver como Cristiano recorría los campos de Italia sin mucha suerte, el Torino, mítico equipo rival de la Juventus, le ofreció resolver su futuro económico: un millón de euros por una temporada. "Para algunos, un sueño es ser millonario. Comprarse una Ferrari, un yate. Para mí, lo mejor de mi vida sería jugar en Livorno", contó a mediados de 2003. Rechazó el convite y se volvió a casa, en la segunda división, a cambio de 500.000 euros, aunque unos miles irían a obras de caridad. Hasta se publicó un libro en su honor: Quédense con sus millones , se llama. Irónico, irreverente, provocador. Como él.
Tras cumplir su sueño de jugar en el equipo de su ciudad, consiguió ascenderlo hasta la Serie A, donde, siguió con su dorsal 99 en honor a las Brigada Autónoma Livornesa (Fundadas en 1999) y donde también, celebró sus goles levantando el puño. Ahora, tras, para muchos, dejar tirado al Livorno, juega en el Napoli dirigido por su amigo Walter Mazzarro, pero, sin duda, algún día volverá a su ciudad. Gran delantero, histórico en Livorno, y recordado por siempre en Italia, pero, sin duda, un futbolista que no se esconde detrás de nada, y, dejando a un lado polémicas políticas, una leyenda viva.